sábado, 20 de septiembre de 2008

Retazos y dispersiones V


No me importa la extensión ni la dilatación. Como mucho el rasgueo de una cuerda. Y sólo si puedo decir que no me gusta cómo suena. Abrí el libro por la página de todos los días y me encontré con las letras cambiadas de sitio. Como si no estuviera en ningún idioma pero a fin de cuentas lo entendiera bien. Como si Tristan Tzara se hubiera cagado en mis cereales o mi marca favorita de cerveza no tuviera esquina en la que veranear.
Mi ensalada de pepino convertida en metáfora sexual y una silla de ruedas sin otro doble sentido que “hacialante” y “haciatrás.” Y nadie que entienda lo que digo o que sepa ver lo bueno que hay en mí. Congelado entre deseos furtivos y cazadores de cabezas reducidas. Las tijeras sirvieron para cortar el rollo, pero para poco más. Y estuve dentro de mi estuche esperando a que me sacaran para marcar unas líneas, aunque al final la cremallera nunca fue abierta.
¿Por qué esperar un milagro en un día de rutina? ¿Por qué no creer en algo para rechazarlo y quemarlo después? ¿Por qué no derretir tus bellos ojos claros en un día de furia?
Versículos entre llamas de cerillas y aun así el calor que no llega. Secadores de pelo que te queman el alma y chicas de colorete sobre sofás con mantas de leopardo. O de cebra.
Pasos de peatones pintados en las paredes y alpinistas de una lata de atún.
Y nada comprensible bajo el cielo nublado. Y un sol pintado en el gris de las paredes.
Cenando un nutritivo desayuno con diamantes y almorzando desnudo sin mordaza.
Todos bailando mierda y mis ojos destripando el horizonte de cabezas.
Y no tiemblo más que por el frío.
Mucha dinamita para tantas cosas que ya de por sí se tambalean.

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