sábado, 13 de septiembre de 2008

Lo mejor de un peor día es el final que se consume en el cenicero mientras la cerveza se queda vacía. Sin lágrimas ni risas, sin cumbres ni sobresaltos, un día pequeño muere inadvertido sin homenaje alguno, a pesar de que sin él no habría nada. Así, escondido entre los senos de la luna, como un niño que no recuerda vidas pasadas ni espera nada de la actual, apago las luces de los recuerdos y desactivo mi desesperación, que cesa al instante. Déjenme mi rincón y permitan que salga a por comida y cariño. Dejen que continúe mi vida siendo un niño.

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