martes, 2 de septiembre de 2008

La botella estaba rota y eso era obvio. Si no, el líquido no se hubiera salido por las grietas del cristal. No tenía sentido utilizarla así porque la mitad del contenido se escurría por el mantel. Y encima la mesa tenía tres patas y estaba coja de dos. Quisieron romper la tercera porque pensaban que cojear de las tres restablecería el orden, pero no funcionó porque no paró de quejarse. Y la fruta era de mentira. A nadie se le hubiera ocurrido morder aquellas figuras de cerámica mal pintadas. Luego el mayordomo trajo unos cubiertos inservibles, porque estaban cubiertos de una fina capa de gelatina seca y se quedaron pegados al mantel. No sólo eso, sino que pegaron el mantel a la mesa y no pudieron ser arrancados.
Pero lo peor de todo eran los comensales: un funcionario gris pero excéntrico que agitaba sus brazos sin manos por el aire mientras contaba una y otra vez sus discusiones de oficina. Además no podía olvidarse del trabajo pendiente e interrumpía la conversación para ir hasta la mesita de la máquina de escribir, en la que tecleaba un par de párrafos con sus finos muñones y regresaba continuando la historia desde un punto más avanzado, como si lo que hubiera escrito fuera su propia conversación, de manera que ya nadie podía entender de qué estaba hablando.
En las pausas que hacía el funcionario, el ama de casa se lamentaba con pequeños chilliditos de su triste situación. Decía, con una voz diminuta de insecto, que no soportaba su vida y que quería morirse. Luego, tras un austero lloriqueo en el que derramaba una sóla lágrima, acariciaba con su pie, situado en la punta de una pierna gruesa y varicosa, la entrepierna del tercer comensal -el gobernador- al parecer intentando seducirlo para que la sacara de pobre.
El gobernador era un señor pomposo y rosado que lanzaba discursos en silencio mientras engullía la comida que había sobre la mesa cuando había comida sobre la mesa. Su cuerpo era redondo y enorme y chorreaba grasa como si se rebozara constantemente en una sartén sucia. Se notaba cuando hablaba que se consideraba por encima de los demás y que no dejaba de darles consejos sobre sus vidas y de lanzarles groseros improperios para que se fueran, pero como lo hacía en silencio se le aguantaba su mala conducta, con más indiferencia que resignación. Normalmente, cuando el ama de casa le ponía encima aquel horrible pie, llamado así sólo por estar situado al final de la extremidad, el gobernador cerraba la boca, apretando los puños contra la madera y comenzando a temblar en un éxtasis de los de ojos en blanco y boca que rezuma saliva espumosa.
Y entonces el funcionario regresaba a su silla y el ama de casa apartaba el pie y el gobernador volvía instantáneamente a lanzar inaudibles discursos agitando los brazos grasientos y malolientes. Todo esto repetido una y otra vez, por lo menos cinco veces por comida. Y yo teniendo que esperar a que acabaran de comer para recoger las sobras que quedaran por la mesa y llevármelas a mi cuarto corriendo, para esconderme debajo de la mesa. Allí aguardaba en silencio, escondido en la oscuridad, hasta que el ama de cría había hecho la ronda y se alejaba a la garita para echarse la siesta.
El ama de cría era una señora gorda que se arrastraba por los pasillos de las Habitaciones de los Niños. Su cuerpo inflado apenas cabía entre las cuatro paredes y hacía un ruido similar al de una bolsa de agua agitándose sin parar. Cuando acababa de hacer la ronda se desinflaba expulsando por todos sus agujeros el agua que tenía dentro y se quedaba flaca y huesuda. Entonces se sentaba en la silla sin respaldo de la garita y pasaba las horas arañando con la larga uña de su dedo índice el hueco entre los azulejos de la pared. Pasaba la uña raspando una y otra vez, con un chirrido arenoso, mientras rechinaba los dientes. Se dice que a veces se quedaba dormida, y que cuando esto ocurría, se quedaba paralizada con los ojos abiertos, rígidos y como cristalinos, y que si la mirada de un niño se cruzaba con esas pupilas inertes, quedaba convertido en piedra. Nunca me lo creí del todo, pero eso hubiera explicado bastante bien el porqué de las estatuas del jardín, que siempre representaban a niños con gestos de horror y colapso nervioso.
Lo más horrible del ama de cría era que tenía un fino oído capaz de descubrir a un niño masticando a varios pasillos de distancia. Esto hacía imposible que pudiéramos comer tranquilamente lo que conseguíamos robar por ahí, fuera un trocito de palo o unas migas del mantel, ya que al más mínimo atisbo de mordisco, el ama giraba su cabeza en silencio y empezaba a escuchar con atención. Y pobre de aquel que estuviera comiendo algo. Se levantaba chillando con una voz que golpeaba como relámpagos, como verdaderas descargas eléctricas en nuestros tímpanos; tanto que teníamos que esconder la cabeza debajo de las almohadas y taparnos los oídos para que no nos estallara la cabeza. Y a aquel que comía, no se lo volvía a ver más. Nunca.
Por eso mismo nos veíamos obligados a chupar en silencio los escasos alimentos que conseguíamos y nuestros dientes crecían torcidos hacia dentro, como si hubiera un centro de gravedad en nuestra garganta. Y aun así muchas veces ella lo oía. Yo tuve suerte y durante los tres años que estuve en el Centro no tuve que enfrentarme nunca a ella, sin embargo nunca olvidaré el pánico que sentía cuando la oía arrastrarse contra las paredes del pasillo, con su respiración fatigosa y ese sonido de bolsas de agua. Y ese ojo brillante que aparecía en el ventanuco y que era capaz de ver en una total oscuridad o de girar 360 grados.
Pero todo esto pertenece ya al pasado, a aquel tiempo sin nombre en el que fui niño y no sabía cómo funcionaban las cosas. Ahora, siendo un adulto que ha visto mundo (¡Incluso he tomado el tranvía hasta el extrarradio!), puedo comprender mucho mejor que todo aquello tenía su razón de ser y más aún incluso: que era bueno. Cómo no lo voy a saber yo, que soy el director general del Centro, buen amigo del gobernador, y que espero ocupar su sitio en cuanto sea relegado de sus funciones. Después de todo, las cosas me van bien...

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