sábado, 20 de septiembre de 2008

Planté un beso con mi labio partido en el pico de una paloma negra. No creció nada pero sus alas se volvieron blancas. No fue como un acto de purificación sino que simplemente destiñeron. Luego alzó el vuelo y la reventé de un tiro. No por odio, pero sentía que se llevaba algo mío. Todo pasó antes de meterme por un callejón que olía a pescado y resbalar escaleras abajo cayendo a un hoyo profundo. Allí hacía frío pero se estaba bien y el olor ya no era un problema. Solo con mi mano derecha, decidimos repoblar el planeta aunque pronto desistimos porque eso no iba a ninguna parte: todo lleno de dedos correteando como gusanos. Me recordaba a aquel restaurante vegetariano en el que me sirvieron un plato de carne podrida. Dijeron que no se habían dado cuenta de que no estaba en el menú pero vi al camarero ponerse una gorra-hamburguesa y salir corriendo. Y, mientras, todos aquellos gusanos cantando el Requiem de Mozart. No lo hacían mal pero dije que no pagaría el servicio y me echaron a patadas. Esos malditos comeajos…

No hay comentarios: