martes, 2 de septiembre de 2008

Tosía porque tenía un ojo atragantado en la garganta. No podía respirar, pero el problema principal era que no podía ver. Nada, ciego como un topo. Pero tosía y tosía. Y un montón de flema verde se acumulaba sobre mi ojo mientras intentaba expulsarlo sin éxito. Al final salió algo rasposo y diminuto que resultó no ser mi ojo sino un huevo del que salió una serpiente chiquitita. Lo sé porque subió por mi piel y se escondió en la cuenca de mi ojo. En la que estaba vacía, pues la otra estaba ocupada por una bola de cristal transparente. A través de ella se podía ver mi cerebro, todo lleno de lucecitas intermitentes. Pero no como el chip de un ordenador sino como el mecanismo simple de un chimpancé de juguete. Chis chas golpeando los platillos. Chis Chas y las ideas vienen y van. Rompí un espejo para terminar la historia de alguna manera y lancé los pedazos por la ventana.
Porque toda historia tiene que acabar con algo roto y el corazón no lo tengo para esos trotes.

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