jueves, 8 de enero de 2009

Inevitable fue la decadencia de tus besos en mis labios tumefactos
y el entumecimiento de tus rasgos en el espejo empañado de lágrimas.
Mira en lo que te has convertido:
un susurro de cada imagen que fuiste,
un fantasma de una mirada.
Qué triste se volvió tu vida cuando dejaste que se secara,
qué triste se volvió verte arrastrar tus sentimientos
con cadenas por los callejones de la ciudad.
Suspirabas por un beso que, como una puñalada,
volviera a desangrarte en caricias
y sólo recibiste un abrazo sin brazos
en medio de la yerma, vacía, desolada
multitud.
Huye de esta ciudad que parasita tu vida, huye del blanco
de las paredes blancas de hospital.
Escóndete en el colchón de placeres junto al contenedor
bajo mojadas paredes de cartón marrón
y no dejes que la lluvia te encuentre.
Y no dejes que nadie te busque.

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