miércoles, 14 de enero de 2009

El cuento de la niña

"En el campo, por un sendero que correteaba entre un gran maizal y un diminuto arroyo, una niña pequeña paseaba con un ramito de amapolas en la mano. El viento bailaba entre las espigas de maíz al son de la canción que ella tarareaba, a pesar de creer haberla olvidado hacía tiempo. A su paso, el riachuelo le susurraba palabras que no alcanzaba a entender.
El sonido lejano de un automóvil hizo que se volviese y esperase pacientemente junto al camino. Tarareando todavía, observó cómo la nube de polvo se iba acercando a ella. En el momento en que el coche pasó a su lado la pequeña intentó reconocer el rostro del conductor, pero el sucio cristal sólo mostró el fugaz reflejo de una niña con coletas. Después el ruido se fue alejando mientras el polvo del aire se iba asentando de nuevo en el suelo. Fue cuando la niña iba a reanudar la marcha que se dio cuenta del silencio que deambulaba a su alrededor.
Algo nerviosa, intentó silbar de nuevo la canción pero los sonidos se negaban a traspasar el umbral de sus labios, como si tuvieran miedo de interrumpir el inaudible monólogo del silencio. Sintiéndose observada, se volvió y miró en derredor: nadie. Todo estaba en calma. Sin embargo en cuanto dio el primer paso el viento regresó juguetón a las espigas y pudo continuar más tranquila, saltando de una piedrecilla a otra y evitando pisar las atareadas hormigas que aparecían aquí y allá.
Entre tanto, atraídas por el inocente paseo de la niña, las nubes comenzaban a aparecer por el cielo. En cuanto las primeras chocaron comenzaron a llegar más, como atraídas por la posible pelea, y se fueron empujando unas a otras hasta formar una tormenta. La niña apenas se dio cuenta hasta que ya era demasiado tarde: unas gotitas de advertencia y después el cielo bramó enloquecido derramándose sin control sobre el campo. Parecía que la gravedad estaba pasando factura de repente a toda esa agua que flotaba en el cielo.
Lejos del pueblo y en medio del campo, el único posible refugio se hallaba en el bosque, de manera que la niña salió a la carrera hacia los árboles. Según corría, las gotas de agua caían a cientos sobre ella y se aferraban a su vestido intentando retenerla. Ella apartaba como podía el maíz para abrirse paso y las espigas se giraban tras ella y la observaban enfadadas.
Por fin, sus embarrados zapatos llegaron a la linde del bosque y la niña respiró aliviada, aunque el vestido estaba totalmente empapado. La densidad del bosque en esa zona no era suficiente para evitar la lluvia, de manera que comenzó a adentrarse más y más, buscando una zona conocida en la que poder resguardarse del frío y esperar a que el cielo se apaciguara. Sabía que por ahí cerca debía de haber un montecillo y que en él se encontraba la antigua ermita del pueblo, pero en la creciente oscuridad de media tarde se veía incapaz de encontrarla.
Ahora la niña maldecía haber discutido con su hermano; sabía que todo esto era culpa suya, que si no hubiera pasado nada ella no habría andado jamás sola por el campo. Pero ahora era ya demasiado tarde para pensar en esas cosas y decidió que lo mejor sería refugiarse bajo un seto y simplemente esperar. Se metió bajo el primero que encontró relativamente seco y, agachada como estaba, trató de cubrirse las piernas con el vestido para evitar el frío. El sonido del bosque en la tormenta sonaba como una furiosa orquesta sin director, pero la niña ya no tenía miedo: miraba tranquilamente las ramas de los árboles y veía cómo se zarandeaban. Tras un rato empezó a sentir sueño".
(28/04/2006)-inconcluso

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