miércoles, 14 de enero de 2009

Miraba el disco de datos como si pudiera leer lo que había en él.
Le daba vueltas en la mano y no podía creérselo.
Jugaba con el reflejo brillante y verdoso del sol,
girando la muñeca como si anticipara el futuro.
Y mientras caminaba hacia casa todo parecía más alegre:
la lluvia, la vendedora de periódicos, la luz tenue del ascensor.
No sentía miradas de reproche, porque no había nada malo en lo que hacía.
Y en cuanto entró, se bajó los pantalones y se sentó al ordenador,
ansioso por pajearse con los mil vídeos porno que le habían prestado.
Empalmado,
consciente de que empezaba una larga tradición
que se perdía en el futuro hasta donde alcanzaba a ver.
Eufórico por vivir en un mundo feliz.
Un mundo de satisfacción.

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