miércoles, 14 de enero de 2009

viaje de negocios

Un parpadeo oculta un instante las pupilas azules, perdidas en algún rincón del horizonte. El flequillo negro danza con la brisa sin interponerse entre la mirada y el paisaje, mientras el sol arde en el cielo a pesar de que la gravedad de la tierra lo atrae lentamente con la promesa de un descanso nocturno. Tiempo oxidado en una señal que prohibe cruzar las vías. El andén vacío al sol, en la sombra un obrero sesteando. Un cigarrillo apagado en la punta de sus labios da cabezadas al ritmo pausado de la respiración.
Crujidos de arenilla en baldosas rojas al caminar en dirección al edificio de la estación. El viajero se dirije a la cafetería, deja su enorme maleta sobre el mostrador, a pesar de que esto le impide mirar a la cara al dependiente, y contempla el cartel de refrescos. Pide uno y una voz ronca tras la maleta responde que no queda. Lo mismo pasa al pronunciar otros tantos nombres de la lista. Pacientemente, el viajero recita cada palabra, como si se tratase de una extraña poesía. Al llegar la última se oyen los pasos del dependiente: un clock clock que va y viene y un vaso grande es depositado sobre la barra, a la derecha de la maleta. Una lluvia de monedillas cae en el lado izquierdo sobre la madera mojada y una mano de dedos rugosos y peludos las recoje con calma.
Con un sonoro sorbido del dulce refresco azul, el viajero recoje su equipaje de mano y le da las buenas tardes al dependiente. Este lo mira con una inocente mirada bovina antes de darse la vuelta y desaparecer cojeando en la trastienda. Por la misma cortinilla de plástico por la que se ha ido aparece un hombre colocándose una corbata de color negro. No lleva camisa y su piel es escamosa y amarillenta. Cada hueso de su cuerpo asoma con el movimiento, mirando al exterior a través de la piel como lo haría una persona tras las cortinas de una ventana. El sujeto sale de detrás del mostrador y se dirije al viajero, que espera sentado en una mesa y al que no le pasa desapercibido el baileteo de huesos.
Cuando llega a su altura, se detiene y ambos se miran durante un instante a los ojos. El dependiente aparece de nuevo, bamboleando el cuerpo al andar, y se acerca para poner una silla tras el otro, que se sienta lentamente sin dejar de clavar sus pupilas en las del hombre que tiene delante. El dependiente regresa a su puesto y parece olvidarse del tema.
-Tenemos entendido que poseen una información que nos puede interesar. Al menos eso dijo el informador que nos llamó -el viajero.
El huesudo asiente una vez con calma, despacio pero llevando a cabo una inclinación un tanto exagerada, como si diera una cabezada. Parece un tipo silencioso, aunque tal vez se deba a que tiene los labios cosidos entre sí. Da la impresión de que por su cabeza pasan muchas más cosas de las que se pueden imaginar, posee la expresión sabia de un chamán. Sus ojos de cangrejo, sin expresión pero de gran profundidad, distorsionan el reflejo de una cafetería deforme. Sin alterar una sola de sus facciones extrae de un bolsillo unas tijeras muy grandes, desproporcionadamente grandes, teniendo en cuenta su cometido. Lentamente pero sin el menor atisbo de nervios, las eleva y las sitúa frente a su cara, a la altura del ojo. Las hojas afiladas se separan con un chillido de metal y encuadran un ojo negro como el alquitrán. En él se refleja el rostro sorprendido del viajero, que sin perderse el más mínimo detalle, toquetea nervioso los objetos de sus bolsillos. Inconscientemente trata de aferrar su mente a las cosas que roza bajo la piel del pantalón para así evadirse de la situación, pero sus dedos se detienen ante la imagen que golpea sus retinas.
El huesudo dirige las tijeras a la comisura de su boca y corta el nudo de cordel que mantiene su boca sellada. Después las deja con un chasquido en el mármol blanco de la superficie de la mesa y con sus dedos alargados y cayosos tira de un extremo, liberando sus labios de la atadura sin que aparezca ni una gota de sangre. La carne blanda parece irse acomodando a su nueva libertad y se despega con un ruido de succión antes de que las palabras comiencen a salir con calma, siempre con calma. El sónido sólo podría describirse como húmedo. El viajero nota cómo las palabras parecen adherirse al sudor de su frente y se limpia rápidamente con un pañuelo.
-Nadie dijo que fuera a ser agradable.
El viajero traga saliva:
-Me pagan bien.
-Seguro que sí.
-¿Qué tienes para nosotros?
El huesudo niega con un gesto tranquilo y replica:
-No intentes engañar al viejo mensajero -pasa un dedo por sus labios agujereados-, he dedicado mi vida a esta profesión.
El viajero se inclina hacia su derecha y eleva la maleta poniéndola sobre la mesa. El huesudo mira silencioso a su compañero y este sale de nuevo y se la lleva del asa a la trastienda. El viajero pregunta sorprendido si no van a comprobar la mercancía.
-Nadie se atrevería a engañarme -respondiendo con una melodía que parece acariciar con un dedo frío la cordura del hombre.
-Hemos cumplido nuestra parte, ¿no? -empapado en sudor.
El dependiente regresa apartando la cortinilla. Cuentas de plástico multicromático danzando frente a una oscuridad impenetrable que parece agazaparse en el interior como un insecto a la espera de una presa. El extraño ser asiente con su cabeza vacuna y se relame la nariz. Una mosca le incomoda y se agita sin variar la expresión vacía de su rostro.
-En efecto. Y yo por supuesto cumpliré la mía -un largo silencio. La ausencia de sonido parece envolverlos como una expectante multitud de curiosos. Luego continúa:
-Buscábais a uno de los vuestros. Pensábais que os había traicionado y que había escapado con algo que os pertenecía. No fue así: fue atrapado y asesinado. Su cuerpo apareció semienterrado en la arena.
-Está bien. ¿Quién fue?
-Eso yo no lo sé.
El viajero abre los ojos aún más, sorprendido. Replica tras una breve pausa para recuperar un poco sus nervios:
-Formaba parte del trato: si había un cadáver necesitábamos saber quién era el asesino.
-Y lo sabréis. Me pagáis por conseguiros información, no por conocerla yo.
-Pero, ¿entonces como...?
La respuesta resulta más que obvia.
-Lo sabrás de su propia boca.

(...)

(01/08/2006)

No hay comentarios: