sábado, 17 de enero de 2009

Puedo oír los tambores que vibran sobre mi piel apagando mis ideas. Un sonido ritual que incita a mascar huesos. Y la mezcla con el peyote que convierte mis pupilas en astros atravesando el espacio infinito. Las luces van y vienen clavándose en mí y formando diferentes imágenes sobre mi piel, que de repente es fotosensible como película fotográfica.
Unos ojos asoman a través de la densa piel de mi pecho, que se aparta como si fuera gelatina. Parpadean y comienzan a inspeccionar el lugar mientras mis verdaderos ojos se pudren repentinamente. Pus caliente resbala sobre mi boca, garganta y cuello. Al menos mientras siguen ahí, porque pronto mi cuerpo los absorbe junto a la cabeza, que se deshace como una vela derretida y se funde con los hombros. Poco después nuevos órganos emergen también en mi pecho.
Presiento que la colocación es similar pero cuando miro a las figuras danzantes sé que me he convertido en otra persona. En un dios mitológico. Me salgo del círculo y corro atravesando el bosque. Mis pies se apoyan en la oscuridad y olvido el significado del suelo. Los árboles comienzan a desaparecer consumidos por la energía que me rodea y luces de colores emergen de entre los sonidos ambientales.
Ojos felinos acechan en la oscuridad, pintados sobre el cielo estrellado que comienza a caer sobre mí. Vuelo en círculos por el éter inerte y mi carne se moldea por la falta de presión. Cada movimiento arrastra una masa de cuerpo en una dirección y el resto le sigue lentamente hasta recuperar una forma lógica. Pero sigo sin tener cabeza y con los sentidos en el pecho.
Mis manos son atrapadas por la oscuridad y desaparecen ante mí en la lejanía. Vuelo tras ellas atravesando el cielo purpúreo lleno de nubes de leche. Descubro mis manos posadas sobre un cuerpo de mujer. Una diosa. Su piel vibra ante cada caricia ondulándose como el agua invisible de la superficie de un lago. Junto mis brazos con las manos y me hundo dentro del cuerpo, que me acoge placentero permitiéndome atravesarlo.
Los ojos de gato se han juntado en dos solas estrellas que flotan frente a mí, a tan sólo un palmo. Cambiando de color, del verde al turquesa pasando por el amarillo y luego al rojo y al azul, los ojos comienzan a lamer mi cuerpo con una suave lluvia de baja intensidad. Las ondas de placer flotan invisibles en la arritmia de sus caricias. Froto mi esencia contra su espalda abrazando la estela que deja frente a mí y estrecho los brazos aunque ella se separa en pompas de jabón y flota a mi alrededor.
Toma forma de sí misma desde cada pompa y se multiplica formando un cálido circulo a mi alrededor. El círculo se estrecha y me devora, pero no siento miedo aunque sé que estoy muriendo. Y atravieso mi propia carne con un grito desesperado que la asusta y le roba una sonrisa cariñosa. Sé que está jugando conmigo como un gato con la comida. Y no siento miedo de que me mate porque sé que me está liberando de las cargas de la vida.
Poco a poco todo se difumina, precisamente en el momento en que el éxtasis del sufrimiento me abandona sobre una playa de arena, ella convertida en un mar de olas salvajes pero ralentizadas que parece que nunca vayan a llegar.
La intensidad de la señal empieza a debilitarse como el efecto de la droga en mi cuerpo. La música vuelve lejana desde el horizonte. Aunque es como si siempre hubiera sonado dentro de mí, siguiendo un ritmo propio, el de mis latidos desacompasados pero vertiginosos. Profundidad y vértigo, como si me absorbiera el vacío y la gravedad tirara de mí con suaves dedos de gelatina caliente...
...y despierto por un segundo mientras los tambores se alejan de mí y caigo al vacío, ya lejos de la plataforma sobre la que estaba y la realidad acerca el suelo pedregoso con círculos de piedra puntiaguda y no puedo pensar porque el recuerdo es más lento que mi camino hasta la muerte pero veo inconscientemente toda la información: la tribu, la droga, el sacrificio al dios piedra y la plataforma elevada muy por encima del árbol más alto.
Pero no llego a ver más que de lejos toda esa información porque los tambores estallan igual que mi cuerpo...

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