jueves, 8 de enero de 2009

Escondido tuviste el secreto de tus sonrisas hasta que logré descifrarlo en lo profundo de tus lágrimas. Descubrí el teclado escondido bajo tu piel y con él escribí historias que se formaron a través de tus suspiros en la noche. Y escarbé en lo oscuro de tus ojos, profundizando en tus pupilas como en la madriguera del conejo.
Dentro de ti no supe qué hacer, mareado de sentimientos que no eran míos y sintiéndome arrastrado por la corriente descendente con que querías expulsarme. Meses estuve aferrado a tu piel -o a su recuerdo-, antes de ser excretado sin la menor compasión. Rebuscaste en tu alma hasta encontrarme y le diste la vuelta para vaciarla. Y caí al vacío de la soledad en medio de una lluvia de mecheros, papeles y calderilla olvidada en los bolsillos.
Sentí cómo mi recuerdo desaparecía de ti y regresaba a mí, cabizbajo, somnoliento; impregnado del fracaso con que regaste los quemeolvides que crecieron en la tumba de nuestra relación.
Desarraigado me desgarré con mis garras y
agredí mi garganta con aguarrás...
Y los sonidos de las palabras perdieron su sentido, al igual que el mundo siguió caminando cojo por la avenida, alejándose de mí cada vez más.
Envuelto en un raído abrigo de reproches olvidados.
Protegiéndose del frío absurdo de la noche.

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