sábado, 24 de enero de 2009

Arranqué las palabras del libro y las colgué de las horas del día. Quería tener algo en lo que apoyarme, con que construir escalones para elevarme un poco la moral y no decaer. La tarde se comió a la mañana y luego folló con la noche, dejándome solo desde el desayuno hasta la cena. Floté un rato en el éter suave de no saber qué hacer, hasta que las responsabilidades del día me echaron el lazo y tiraron de mí hacia tierra. Y de nuevo con los pies en el suelo, con ese olor a cemento fresco metido en la nariz. Atrapado. Sentado en una silla de mimbre durante horas, mientras la humedad eyacula sobre mi piel y la calefacción rumia ruidosa su aburrimiento. Sin nada mejor que hacer que asomarme al espejo a ver qué hay delante, aunque siempre vea lo que hay detrás de mis ojos.

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