miércoles, 14 de enero de 2009

Buscando imágenes, part. I

>Ya sabes que siempre he deseado conocer el mundo... He de salir ahí fuera y ver qué hay.<
...
Esas habían sido sus últimas palabras. Sin llantos, sin mirar atrás, sólo un beso de despedida con el sol del amanecer y un día que me sorprendió sin saber qué hacer. Cayó la noche y yo seguía mirando el horizonte. De algún modo pensaba que hasta que no apartara la mirada no tendría que afrontar los hechos. Podría haberme pasado así meses, pero al final volví a casa.
Dicen que el tiempo lo cura todo pero conozco un cáncer de pulmón que nada pudo remediar: regresé a casa, pero a la suya. Abrí con mi propia llave y busqué por los rincones el recuerdo de su olor. Nunca compró un puto perfume pero siempre olía a campo de amapolas. Por desgracia, nunca he tenido buen olfato, ni para las colonias ni para las mentiras: debí suponerme que "para siempre" era sólo una manera de hablar. Si por mí hubiera sido estaríamos cosidos uno a otro como siameses pero ella necesitaba libertad. Nunca pude entenderlo: le ofrecía la celda más grande del mundo, una cuyo único límite era el horizonte. Y aun así ella se asfixiaba.
No podía quitarme de la cabeza el momento en que la conocí, cuando apenas podía intuir lo que se escondía tras cada palabra que sus labios me permitían descubrir. Era el tipo de mujer que con un suspiro hubiera hecho temblar un imperio, pero por algún motivo prefirió asaltar mi pequeño castillo. Y yo desesperado buscando la alfombra roja. El caso es que mi vida cambió totalmente aquel día: miré en sus ojos y vi un mundo, y supe que quería adentrarme en él y conocer todos sus secretos. A partir de entonces podía abarcar todo el universo con tan sólo abrazarla, porque no había para mí nada más allá.
Sin embargo, ¿qué hacía aquel fatídico día, en su casa, mirando sus fotografías y rebuscando en sus cajones? Supongo que buscaba una señal, una pista de hacia dónde podía haberse dirigido. Debo de ser de esas personas que no comprenden que la película ha acabado aunque se queden ante una pantalla en blanco. Lo peor de todo es que yo intentaba esperar a la siguiente proyección. ¿Volvería a comenzar nuestra historia si me quedaba sentado? No lo sé, pero no tenía suficientes palomitas, y allí, en el apartamento, la desesperación se instaló definitivamente en mi vida sin la menor intención de abandonarme. Debía darme prisa y hacer algo antes de que empezara a tirar tabiques.
Pasé de los cajones a las botellas y acabé destrozándolo todo. No era un buen comienzo, pero al menos era un principio y eso es todo lo que necesita una historia. Me llevé todas las fotos que vi y su libro favorito. Como si con ello fuera a encontrarla.


***

Al principio apenas podía creer que fuera el mismo: jamás pensé que llegaría a encontrarlo. Un vago sentimiento de incomodidad me hizo mirar a mi alrededor. Me sentía como si estuviera invadiendo un espacio privado, espiando un momento de la intimidad de otra persona. En cierto modo era exactamente lo que estaba haciendo, sólo que llegaba dieciséis años tarde.
Volví a levantar la foto: el cartel con forma de barquichuela, el pato amarillo y el lago. De fondo los árboles algo más jóvenes. Todo exactamente igual, salvo por la intrusión de la impaciente vegetación por todos los rincones. No era tan mal comienzo, si se tiene en cuenta que al principio sólo tenía una foto vieja; pero a pesar de todo persistía el sabor a derrota en mi boca. A fin de cuentas yo buscaba a la chica y sólo había encontrado el decorado. La sonrisa adolescente de la fotografía parecía burlarse de mí, parecía recordarme que sólo se trataba de algo de luz posada sobre un trozo de película. En todo caso me daba igual: ya tenía el primer elemento de la serie, lo cual demostraba que lo que me pretendía era en cierto modo posible.
Me senté con una cerveza, contemplé el pequeño éxito que para mí representaba el paisaje y comprendí que podría hacerlo. Seguro que empresas más descabelladas habían llegado igualmente a buen puerto. Daba igual tener que jugar contra toda probabilidad, porque yo no pararía hasta que fuera evidentemente imposible: me conformaba con la posibilidad de intentarlo. A fin de cuentas, estaba tratando de engañar al tiempo y todo sonaba absurdo, pero no más que la religión más respetable del mundo.
Cuando el sol comenzó a lamer el horizonte y este enrojeció, comprendí que había llegado el momento de irme. Tiré la lata, vacía ya desde hacía un rato, y me acaricié la barba pensativo contemplando otra vez el cartel. Después clavé la foto en él con un martillazo que pareció despertar todo el polvo que dormía sobre la madera y me aparté un par de pasos sorprendido. Había quedado de tal manera que el clavo atravesaba exactamente el mismo punto en el cartel y en la foto, tocando a la vez presente y pasado. A la vista quedaba la representación de un bucle temporal de dieciséis años.

Después me alejé y empecé a sentirme triste.
(15/05/2006) -inconcluso

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