sábado, 10 de enero de 2009

El tibio té dulzón calentaba mi aliento mientras anotaba mis impresiones nostálgicas en un cuaderno anónimo.
¿Qué motivaba aquella lluvia, aquel caer sin sentido de agua desde el cielo? La gente corría sudorosa -o simplemente mojada- sobre las baldosas indiferentes de las aceras. Y yo no podía verle el sentido a todo aquello.
Sospechaba que era cuestión de tiempo: tenían prisa. Supuse que querían aprovechar la lluvia al máximo antes de que desapareciera fugaz tras su cortinaje nublado. Chapotear el reflejo de las farolas en la calzada.
Pero no veía sentido a aquella danza apresurada: ¿acaso intentaban dejar huella de su existencia? ¿Pretendían simplemente existir, efímeros, en el tiempo de una pisada eterna sobre un charco de lluvia?
¿En qué esperanza se basaban para justificar semejante ajetreo?
Y aunque podía oir ya las explosiones que iluminaban el cielo, todo aquello me resultaba incomprensible.
Más aún que el temblor de la cuchara sobre mi mesa.

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