domingo, 16 de septiembre de 2007

Nueva vida

Llevo dos horas asomado al balcón.

Todo comenzó cuando mi corazón se desmoronó y fumar ya no servía de nada: no podía matarme tan rápido como yo deseaba, no podía calmar los latidos en mi pecho. Entonces salí al balcón y empecé a pensar.

Llevo dos horas asomado al balcón y hace por lo menos media que está lloviendo. Empapado por fuera y sangrando por dentro, me duelen los nudillos de apretar el hierro oxidado de la barandilla.

"Jamás pensé que esto sería así", me decía a mí mismo al colgar el teléfono. "¿Qué le ha pasado a mi vida? ¿En qué la he convertido?"

Tiemblo de frío, o al menos eso es lo que me digo para tranquilizarme. Noto en la espalda el calor que se escapa por la ventana. La calefacción. Ojalá pudiera expulsar el frío que tengo dentro.

Pronto.

Cuando ella llamó me dije a mí mismo que todo iba a mejorar: "Pronto saldrás de esta situación y todo irá mejor." Qué ingenuo. Debería de haberlo sospechado y haberme quedado en la cama. Sabía, algo interior me lo decía, que hoy no debía moverme de la cama, que tenía que huir de este día como fuera. No debería haber hecho caso al timbre del teléfono, pero era un sonido tan desagradable... Como los gritos de un bebé enfermo. Tenía que interrumpir ese ruido o me volvería loco.

Y ahora aquí estoy. Ya nunca me volveré loco. No tendré tiempo.

Noto cómo las lágrimas caen por mi rostro siguiendo el mismo recorrido que las gotas de lluvia. Todo va hacia abajo hoy. Miro por encima de la barandilla: ocho plantas hacia abajo. Aprieto más el hierro empapado.

"Esto es a lo que has llegado, chaval, lo has estropeado todo."

Y eso es lo último que digo en esta vida, antes de saltar.

Y salto.

Salto y caigo, con mayor o menor fortuna, sobre una pila de libros que tengo tirada junto a la ventana. Ya no importa pisarlos, se acabó. Abro un cajón, cojo las llaves del coche y bajo a la calle. Empapado, me siento en el asiento del coche y presiento que esto es lo mejor que puedo hacer: abandonar esta vida.

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Después de haber conducido ocho horas sin parar, estoy en la frontera con Francia. No sé exactamente cuándo la he pasado, pero de repente todas las señales estaban en francés. Paro en una gasolinera para repostar y aprovecho y me compro un sandwich. La chica que me atiende es bastante guapa. Cuando me da las vueltas, le digo gracias.

-Gracias.

Son las primeras palabras de mi nueva vida. ¿Qué significan? No lo sé, pero en cuanto las pronuncio empiezo a sentir como un calor en el pecho, empiezo a relajarme y a estar más tranquilo.

"Cojo el coche y desaparezco. Nunca nadie sabrá nada más de mí. Así tiene que ser: empezaré una nueva vida."

Me siento en el coche con la puerta abierta y dejo que unas gotas de agua me humedezcan el pelo. Me acaricio la cara, contento de estar vivo, y me marcho.

El golpe de la puerta suena como un cuerpo contra el suelo.

Y me marcho

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