jueves, 6 de septiembre de 2007

Amor verdadero

Ella era una pinhead, él uno de los enanos del Circo LaTerre.

Se conocieron en una fiesta que dieron los muchachos del circo. Entre ellos estaban Jimmy, el Niño Medusa; Maggy, la Lechera; Patroclo, el Forzudo Griego -también llamado Atlas-; el Hombre Mitad, al cual le gustaba que lo llamaran Ed De, y unos cuantos más.

Ella se llamaba Jill. Era un nombre muy bonito. De hecho, tan bonito que cuando la enfermera que asistió a su parto vio a la niña, sugirió a los padres que le pusieran un nombre cualquiera y guardaran este nombre para una hija mejor. Los padres lo pensaron, pero no querían tener más hijos y los bordados de la ropa de bebé ya no podían cambiarse. De todas formas tampoco querían tenerla a ella ya. Jill había sido un bello proyecto: el último intento de salvar su matrimonio, esta vez mediante el cariño mutuo a un bebé. En cuanto la vieron, ambos empezaron a pensar en el divorcio. La pobre Jill acabó en un orfanato en el que pasó su infancia, antes de que un circo ambulante la comprara a uno de los bedeles por una pequeña suma de dinero y un barril de cerveza. "Llévense a ese engendro y hagan lo que quieran con él", comentó el hombre. "Yo diré que se ha escapado y empezarán a buscarla, así que si alguien la encuentra y les pregunta, ustedes la vieron deambulando por el campo y le dieron un trabajo. Nadie dirá nada, porque a nadie le importa."

Esa fue más o menos la historia de Jill: fue pasando de un circo a otro -tres en total- hasta acabar en manos de un amistoso cuidador del Circo LaTerre. Debido a su minusvalía psíquica, había sufrido abusos de todo tipo, tanto físicos como psicológicos, y tenía marcas de fustas o látigo por la espalda y los brazos, de modo que tenía a este cuidador para encargarse de que nada le pasara. A pesar de todo, ella era pura ternura: quería a todo el mundo por igual y le encantaba abrazar a sus amigos. Fue así hasta que conoció a Dean el Enano. Entonces sintió algo mucho más profundo, algo nuevo. Ella no sabía de qué se trataba -se podría decir que su cerebro de veinticinco años se había desarrollado hasta tener las capacidades mentales de una niña de cuatro o cinco. Más bien cuatro. Así que allí estaba ella, prácticamente subnormal y sin embargo empezaba a sentir algo especial en su cuerpo.

Lo que Jill sintió no es amor: nadie lo definiría así. De hecho, cualquier persona -da igual si es una buena o una mala persona- diría que se trataba sólo del afecto entre dos pobres enfermos. Dean el Enano, sin embargo, hubiera contestado: "Y una mierda". Y es que lo que Jill sintió al conocerlo fue excitación. Sí, amigos: el cuerpo femenino de Jill comenzó a lubricar y ella de algún modo infantil y juguetón, empezó a sentirse... Cachonda, digamos. Nadie le dio demasiada importancia a que se rascara más a menudo el pubis, es algo que a ninguna persona con una minusvalía psíquica se le tiene en cuenta. De hecho, su cuidador empezó a preguntarle: "Jill, bonita, ¿tienes que ir al baño?" Y ella negaba con la cabeza sin dejar de mirar de reojo a Dean.

Como ya he dicho, nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba, en parte porque nadie quería darse cuenta de ello. Afrontémoslo, resultaba tan incómodo -hasta para Ed De, el Hombre Mitad- que todos supieron esconder ese pensamiento en su cabeza y continuar con su vida feliz. Sí, continuar con su vida feliz como atracciones de feria. Hay que tener en cuenta que cuando una persona empieza a prosperar, nuevos pensamientos de orgullo y ambición comienzan a ocupar su mente y, a una escala apropiada, la mente de los muchachos del circo podía compararse con la de cualquier estrella de cine. La mayoría se sentía bastante orgulloso de su peculiaridad o, como mínimo, lo veían como algo con lo que poder ganarse la vida honradamente y con cierta dignidad. Más dignidad que la que tendrían intentando escapar de las piedras de los chicos del pueblo día tras día.

Me estoy yendo un poco del tema: nadie pareció darse cuenta de que nuestra amiga Jill estaba más excitada de lo normal. Nadie salvo Dean el Enano, que sabía muy bien reconocer la lujuria en los ojos de una mujer. Incluso en los ojos de una pinhead.

Dean el Enano era un tipo hecho al mundo: jamás se había dejado amilanar por los chavales que le perseguían y les plantaba cara hasta que estos solían retroceder asustados. Su infancia no fue bonita, fácil ni agradable, de modo que pronto decidió que no tenía por qué aguantar la mierda de ningún niñato cuya vida fuera bonita, fácil y agradable. Si querían reírse de él por su físico, que se atrevieran a hacerlo en su cara. Si después conservaban la nariz, podían darse por afortunados: el mordisco de Dean no sólo era temible sino también temido.

Con una personalidad así, se podía decir que Dean el Enano era una persona de menor tamaño que la mayoría, pero de mayor talla y valor que muchos de los hombres con los que tenía que enfrentarse. Era un hombre hecho y derecho, sereno, capaz y que se sentía muy a gusto con su cuerpo. Visto así, no es de extrañar que poseyera una gran autoestima y un inexplicable atractivo para muchas mujeres. Bueno, si es de extrañar o no, no lo sé, pero era así. Muchas amas de casa, aburridas de sus pueblos, de sus predicadores y de sus maridos alcóholicos e incapaces de un empalme aceptable -si es que tenían algo que empalmar-, se escapaban de noche de sus ranchos y andaban varias millas por la oscuridad del campo hasta la carpa de feria.

Dean el Enano siempre sabía cuándo una mujer iba a hacerle una visita y la esperaba escondido. Cuando ella llegaba, con cierto nerviosismo y miedo, siempre estaba a punto de dar media vuelta. Alguna incluso llegaba a hacerlo. Pero nunca lo hacían cuando Dean el Enano aparecía en la oscuridad, por detrás y lo veían al girarse. Al principio se asustaban siempre, pero eso también es normal: algo que se mueve en la oscuridad... Entonces él las cogía de la mano con dulzura y las llevaba entre las sombras a su carromato, donde tenía un farol y ellas ya podían verlo bien. Las hacía pasar y las tumbaba en su cama -una cama grande en la que se podían hacer muchas cosas- y las empezaba a desnudar.

Normalmente, para cuando Dean el Enano acababa de comerles el coño, esas aburridas amas de casa se sentían ya como Bonnie Parker atracando un banco. Saboreaban la adrenalina de estar haciendo algo malo y prohibido -así veían el hecho de cometer adulterio, y encima con un enano-, mezclada con la excitación sexual y el placer de una buena comida de coño. Entonces era cuando Dean subía un poco para arriba y se sacaba la poya. No es que fuera tampoco un cacharro inmenso, no vamos a engañarnos, pero tenía por lo menos sus buenos quince centímetros de duro empalme y eso era mucho más de lo que los maridos de estas mujeres podían ofrecerles. De modo que se las follaba una tras otra y ellas volvían a casa poco antes del amanecer con el sexo empapado y dolorido, con un andar algo torcido, y con la sensación de saber por fin cómo son las cosas cuando se hacen bien. Alguna volvía a la noche siguiente, pero la mayoría al llegar a casa y hacer como que se acababan de despertabar, pillaban a sus maridos por banda y les enseñaban lo que es bueno: "O dejas de beber esta mierda y me satisfaces o te puedes largar a tomar por culo." Aunque también puede ser que Dean el Enano exagerara un poco al describirme todo esto. Era un enano, pero le gustaba hacer las cosas a lo grande.

De modo que -volviendo un poco al tema que nos ocupa- Jill vio a Dean, se empapó y Dean fue el único que se dio cuenta. La cena en cuestión transcurrió con total normalidad: Dean el Enano se divirtió sin prestar la más mínima atención a Jill y esta, como no sabía ni lo que hacía ni lo que estaba pasando, se limitó a comerse su comida, abrazar a todos -sobre todo a su cuidador- y a mirar frecuentemente de reojo a Dean el Enano. Así quedó la cosa hasta que se volvieron a ver.

En la segunda ocasión, tuvieron oportunidad de llegar a hablar: Jill jugueteaba con Maggie la Lechera -una mujer con unos pechos inmensos- y Dean estaba ayudando a limpiar al elefante. Como breve inciso, diré que Maggie la Lechera no se llamaba así por la exhorbitada dimensión de sus pechos, sino por su cara de vaca. En algún momento el jefe de circo había decidido que "Maggie Cara de Vaca" no era lo suficientemente glamouroso ni respetuoso para Maggie y de ahí vino su apodo de lechera. Es una historia rica en personajes secundarios, ¿qué quieren que yo le haga?

Dean el Enano se acercó a Jill, la cogió de la mano y con toda la caballerosidad del mundo, se la besó. Jill se sonrojó un montón y trató de tapar su enorme sonrisa con el dorso de la mano, cosa que divirtió a Maggie, que empezó a pellizcarle la tripa y a decirle: "Uy, si se pone roja cuando le cojen la mano". Jill y Dean sonrieron: Jill sin saber por qué, Dean porque sabía que a Maggie ni se le pasaba por la mente que Jill pudiera estar sexualemente interesada. Cuanto más tiempo tardara nadie en empezar a sospechar, mejor. Dean se despidió y continuó regando a Pippo el elefante con la mangera. Dean el Enano esperaba que sus brazos fuertes no le hubieran pasado desapercibidos a Jill, aunque yo supongo que la pobre no debía de haber notado nada. Y aunque lo hubiera notado, probablemente no habría llegado a ninguna conclusión.

Al día siguiente, cuando Dean el Enano daba de comer a Pippo el elefante, Maggie y Jill aparecieron de nuevo. Maggie se disculpó, pero le dijo que tenía dejársela un momento: tenía que coser el traje de uno de los payasos y Jill estaba empeñada en que quería ver al elefante. "Te la dejo un rato, no te importa, ¿verdad?", volvió a disculparse. Dean hizo como que le daba igual y sólo le pidió que no tardara mucho en volver a por ella. "En una hora estaré aquí", respondió Maggie. Dean el Enano ocultó su alegría con un suspiro triste y Maggie la Lechera prometió que se daría prisa.

Cuando se fue, Dean estuvo un rato sin hacer nada, mojando el lomo de Pippo. Cuando consideró que ya estaba lo suficientemente limpio. Llamó a Jill a su lado y le enseñó a coger la manguera y regar al elefante. Jill estaba exaltada: podía jugar con el elefante y a la vez estar con Dean. Se sentía tan feliz que empezó a mojarse los pies con el chorro de agua. Dean el Enano la miró con cariño y supo que estaba delante de una chica especial. Entonces, impulsivamente, cerró el grifo, cogió a Jill de la mano y se la llevó a la esquina donde estaba la caseta donde guardaban los cacharros de aseo para el elefante. Dean el Enano metió a Jill en la caseta y en la semioscuridad, entre nubes de polvo que flotaban a su alrededor, fruto de las apresuradas pisadas con las que habían entrado, la besó. Jill no sabía qué estaba pasando, pero le encantó. Cuando Dean el Enano separó sus labios de los suyos, ella lo abrazó y sintió que ese tipo bajito que tenía delante realmente era especial, aunque no sabía por qué. Hora y media más tarde apareció Maggie la Lechera y se llevó a Jill, que estaba dando de comer a Pippo y se despidió cariñosa de su amigo Dean.

La historia continúa con fugaces encuentros en el cobertizo del elefante, besos apasionados -hasta donde yo sé- detrás de los escenarios durante la función y poco más. Pasó un mes tras otro, una ciudad tras otra y Dean el Enano y Jill mantenían esta relación secreta sin que nadie sospechara nada. Las mujeres habían dejado de acercarse por la noche a la carpa -o al menos Dean no salía a buscar a ninguna a la oscuridad de la noche, de modo que si fueron tuvieron que volverse decepcionadas- y parecía que nunca iban a dar el gran paso. Dean el Enano respetaba profundamente a Jill y no deseaba precipitarse: cuando Jill diera el primer paso, entonces él se entregaría totalmente. Hasta entonces, Dean el Enano seguiría durmiendo sólo y soñando con los brazos de su amada Jill.

Y así fue hasta que llegó el día en que Jill no pudo dormir. Aquel día, más bien aquella noche, llovía mucho y el agua golpeaba con furia el carromato de Jill, que tenía mucho miedo y no quería dormir sola. Sabía que su gran amigo Dean estaría encantado de dormir con ella, porque Dean la abrazaba de una manera especial y la besaba mucho, de modo que, tal cual estaba, con el camisón de dormir, salió a la noche en medio de una furiosa tormenta y buscó el carromato de Dean.

Dean no se había dormido y estaba fumando un pitillo con la ventana entreabierta cuando vio pasar una figura bajo la lluvia. Un relámpago iluminó el cuerpo empapado de Jill y su mirada perdida y asustada. Dean salió corriendo fuera y la buscó en la oscuridad. Jill estaba aterrada: jamás debería haber salido, estaba perdida y sabía que iba a morir. Ninguno de sus amigos estaba allí y podía abrazarla. Estaba realmente perdida. Salvo por ese enano empapado que se acercaba apresuradamente. Dean al rescate.

La cogió como pudo, la llevó al carromato y la sentó en su cama. No sabía qué hacer: no tenía ropa de mujer y su talla jamás bastaría para cubrir el cuerpo grandote de Jill. Dean pensaba y pensaba, y a la vez miraba aterrado el camisón mojado de Jill y seguía pensando. En algún momento dejó de pensar y centró su atención sólo en el camisón. Dean se acercó a Jill y tocó su vestido, le dijo a Jill que estaba empapado y Jill, que todavía estaba muy nerviosa por la tormenta, se encogió de hombros. Dean le enseñó que su ropa también estaba mojada y puso la mano de ella sobre su camiseta. Jill sonreía y pasaba la mano por su camiseta. Se tranquilizó y cogió a Dean entre sus brazos y lo estrechó contra su pecho. Estuvieron abrazados un montón de tiempo. El tiempo exacto de cuatro relámpagos. Después del cuarto, ella aflojó y Dean el Enano pudo volver a respirar con normalidad. Entonces, sin alejarse tampoco mucho, Dean la besó.

Esta vez fue distinto para ambos, porque la besó con lengua, y eso nunca antes lo habían hecho. Por eso decía que no sabía cuán apasionados habían sido sus besos. Un beso sin lengua puede ser muy apasionado, pero este no tenía nada que ver con los anteriores: era un beso lascivo. Y Jill no lo entendió pero lo notó. Supo -o mejor dicho, intuyó- que esto le gustaba y quiso más. Y cuanto más quería más se empapaba, y esta vez no tenía nada que ver con la ropa ni con la tormenta.

No sé cuántos besos se dieron en aquel momento, ni cuánto tardó en ir a más la cosa, pero sé que al rato Dean empezó a acariciarle los pechos y le quitó el vestido. Ella temblaba de frío y se metieron de prisa bajo las sábanas. Hasta aquí llega lo que yo sé: por primera vez Dean el Enano decidió que era demasiado caballero como para contar secretos de alcoba y guardó oportuno silencio de lo que pasó aquella noche. Hasta el día de hoy sólo sé que mantuvieron relaciones sexuales y que ella no se quedó embarazada. Quizá no podía, pero no voy a ir tan lejos en mis suposiciones. Eso sí, he intentado ponerlo un poquito más interesante: ya me entendéis.

Como veo que la extensión de mi relato empieza a acabar con vuestra paciencia, dejaré la conclusión de la historia para otro momento en que estemos reunidos como en el día de hoy. Sólo os adelantaré que Dean el Enano y Jill empezaron a verse muy a menudo y alguien se acabó dando cuenta... ¡Y se enfrentó con Dean en una pelea a cuchillo! Nunca sospechó nadie que esa otra persona también estaba perdidamente enamorada de la pobre Jill y que no renunciaría a su amor por un enano salido de mierda. Queda historia a raudales, ¡ya veréis!

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