domingo, 19 de diciembre de 2010

la conversación empezó como un tiro en la cabeza,
pero de manera espontánea.
estábamos sentados en un bar y empezamos a arañar las paredes.
arrastramos nuestros ojos sobre las mesas de madera pegajosa
buscando una astilla que sirviera de bala
apuntábamos con la vista hacia el horizonte de la barra
donde nunca se ponía el sol
tras aquellas montañas de gente sonriendo.
cocodrilos subían por mis brazos
de trapo
y sentía mi cabeza crecer.
salimos a la calle: una exposición de partes de cuerpos
y sentimos de nuevo aquel frío invernal
que había dejado
como copos de nieve
cientos de desechos por toda la zona.
música y gente muerta tiempo ha
que aparece de repente de la nada.
como si siempre hubieran estado ahí
escondidos en otra longitud de onda.
ayer se hacían visibles y parecía que la realidad escapaba de nuevo por las alcantarillas.
hicimos acopio de patatas y birra
y salimos huyendo en una barca de madera
cayendo por un río de farolas acechantes
y aceras elevadas como acantilados.
sólo éramos dos personas fluyendo hacia casa
dos retales de noche
volviendo a sus camas

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