martes, 4 de diciembre de 2007

Mía

Desde que la vi por primera vez supe que nunca sería mía. Supe que ella disfrutaría seduciéndome y llevándome a la perdición, jugando conmigo, destruyéndome. Desde ese momento quise abandonarme a su capricho, desconectar mis defensas sentimentales y dejarme inundar por el dulce dolor de la insatisfacción amorosa. Yo no lo sabía, pero en el fondo era así.
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El día que se lo dije me miró en silencio, con una expresión vacía y carente de cualquier significado. Me respondió con un tono extrañamente inerte, sus palabras se clavaron frías en mi piel con grapas de cobre: "¿Qué es lo que quieres de mí?"
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"Nada", pronuncié con satisfacción.
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Y me alejé calle abajo con esa puñalada en mi corazón.

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