martes, 4 de diciembre de 2007

Café solo

Café solo. Un café negro como el petróleo, como el agua aceitosa del muelle de una gran ciudad. La veía beberlo a largos tragos, una taza tras otra, y mi estómago se resentía. Nunca he soportado el café: me da por culo.
Laura bebía y bebía y yo la miraba callado. Cuando reanudó la conversación, no parecía más nerviosa que antes:
-Así que me marcho. Mañana de madrugada.
Durante un largo silencio esperé a que añadiera un motivo o aclaración; una disculpa. No lo hizo, claro, así que le pregunté:
-¿Por qué te vas?
Silencio.
-Simplemente me voy. Necesito hacerlo, las cosas no están bien por aquí.
Eso me jodió, y le pregunté a qué se refería:
-¿A qué te refieres?
-No sé -bebiendo de nuevo-, me gustas, pero no le veo sentido a seguir así. Trabajamos juntos y eso de alguna manera acaba causándonos problemas.
-No digas tonterías. Dame un motivo de verdad.
Silencio.
-No lo hay, salvo que quiero irme.
-Pero, ¿a dónde vas a ir?
-No lo sé. Tengo dinero ahorrado; buscaré un sitio donde pueda volver a empezar.
Me quedé callado un rato mirando por la ventana. En la autopista mojada podía ver cómo los pocos coches que pasaban levantaban pequeñas nubes de gotitas de lluvia. Pensé que debería haber más coches un domingo por la mañana. Por un momento me olvidé de ella, hasta que volvió a decir algo:
-Venga, anda, dame un beso. Tengo que irme a preparar las maletas.
Dejó el cigarrillo moribundo en el cenicero y se puso de pie con sencilla majestuosidad. Ver ese cuerpo elevándose ante mí me recordó las noches de sexo y sudor, el lecho cálido y húmedo. Me empalmé un poco y no quise levantarme.
-No seas crío: te llamaré.
-No estoy siendo crío. Es sólo que no entiendo a qué viene todo esto.
Me miró durante un segundo muy seria:
-Hay otro hombre.
Mi pene se desinfló, de repente había perdido todo poder sobre ella.
-Lo que me faltaba -volví a mirar por la ventana.
-Venga, no dramatices: nuestra vida sexual siempre ha sido buena y no me puedo quejar de ti como amante.
-Entonces, ¿por qué te has buscado a otro? -dije mientras jugaba con el servilletero.
-No lo busqué: apareció.
-¿Y qué te da él que yo no haga?
-Tú no me quieres.
Levanté la vista del servilletero; su mirada era sincera hasta un extremo incómodo:
-¿Él sí?
-El sí -asintiendo levemente con la cabeza.
-¿Y cómo sabes tan bien que yo no te quiero? Ni yo mismo estoy seguro...
-Tú y yo follamos y dormimos juntos y esas cosas, pero no estamos enamorados. No me merece la pena seguir así.
-No creo que sea tan malo: una relación moderna.
Ella sonrió y volvió a sentarse. Bajando la voz y afilando la mirada, dijo:
-Es tan malo porque te estoy dejando para siempre y sé que te importa una mierda y que lo único en lo que estás pensando es en si te voy a echar un último polvo esta noche.
Me quedé callado, desarmado. Touché.
-Y la respuesta es "no".
...
Un rato después la vi salir del bar y de mi vida. Me abandonaba: iba en serio.
Le di una calada al cigarrillo mal apagado que se había dejado en el cenicero y noté cómo algo, lo que quedaba de ella, de su recuerdo, se introducía dentro de mí. La tenía en mis pulmones, pero no me servía.
Apagué su recuerdo en el cenicero y pagué la cuenta. Al coger la chaqueta de mi silla me quedé un momento mirando su taza de café vacía, una de tantas que había acumulado durante la conversación. El resto de café en el fondo de la taza resultaba intranquilizador, como si mirara dentro de un pozo sin fondo o dentro del alma de una persona vacía. Luego salí al frío de la tarde y estuve un rato sentado en el coche, en silencio. No estaba pensando, sólo esperando a que algo pasara.
Al rato arranqué y me largué a casa.
Otra historia que se iba a la mierda...
No lloré en todo el camino, pero me empecé a sentir mal en cuanto vi nuestra cama. Me tumbé abrazado a la almohada y entonces todos los sentimientos se mezclaron en mi cabeza y mi pecho como el zumbido de millares de abejas. No sabía qué hacer, estaba saturado. Ella ya no estaba.
Creo que me dormí llorando... Puede que no.

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