jueves, 14 de enero de 2010

solo

Mi madre de pequeño me decía que llorara si me sentía mal: que así limpiaría mi alma de dolor y la dejaría blanca. Así podría recibir otra vez la bondad de este mundo.
Pero mi madre era idiota y no hay bondad en este mundo.
Sólo balas, coños y azufre. Y qué demonios: whiskey...
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Sobreviví durante años apoyado en una barra de bar con el único sustento de un líquido amargo y el escote de la camarera. El infierno andaba cerca: bastaba con mirarle la cara de perro para evitar la tentación.
Pero me gustaba ser ciego y ver con la garganta. Y lo que veía me gustaba.
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Por las mañanas me levantaba: el culo como una trompeta de cacao y la cabeza un cubo de basura. Mis sobacos olían a demolición y mis pies a queso añejo.
Pero el agua era un fantasma del pasado.
Un fantasma a evitar.
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Estuve en el ensayo de un concierto que parecía el juicio final.
Todo ruido, sangre y furia.
Pero miraba a los músicos y no veía ángeles de la destrucción.
Sólo veía vidas llenas de aburrimiento, facilidades y pose.
Mi única pose era aguantar lo máximo posible con el codo sobre la barra.
Cuando tocaba el suelo, era hora de volver a casa.
Siempre zigzags, pensando el camino.
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Recuerdo que ayer me comí un bocata junto al río.
Me gusta ver que fluye la naturaleza. La vida tiende a estancarse.
Dar un paseo entre peces gordos supone ver un montón de peces pugnando por respirar.
Peces que huelen a podrido y se lleva la corriente.
Los vagabundos no necesitamos nadar: vivimos de tres burbujas de aire.
El resto lo da el saber esperar.
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Ayer vi una nube tatuada. En el brazo de una mujer.
Deseé tener un paraguas en el brazo y ofrecerle cobijo.
Pero sólo tenía pelos y cicatrices.
Uno no puede ser romántico cuando no es nada.
Vagabundo es una profesión a tiempo completo.
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Los músicos y yo tenemos mucho en común.
Un culo inquieto, el hambre y la sed.
Pero igual que ellos tocan y consiguen algo para comer, yo me muero de hambre y de sed.
Al final sólo tenemos en común las almorranas.
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En un baño de azulejos azul cielo, me llegó el final.

Jamás lo habría imaginado así.

Tan suave. Tan triste. Tan solo...

Simplemente me apagué desangrándome por una puta herida.

Como un vaso que se vacía. Como un puto recipiente de lejía.

Y mi última mirada al ventanuco -allá arriba- el cielo traía un sentimiento de paz...

Hasta que se acabó.

Y no estaba allí ya.

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