Mientras los árboles dejan caer sus hojas brotan los pechos de su camisa. En redonda espiral las imágenes dan vueltas en torno a los pezones. El frío cristal se empaña en las ventanas y mi carne emerge como una burbuja en el agua. Todo tan delicado como un milagro.
Parece que fuera a estallar en cualquier momento
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Su cabeza cuelga del respaldo de la silla. Su último aliento cuelga de la bombilla del techo, que parpadea y muere también: coincidencias de la vida (y de la muerte).
En sus ojos permanece todavía la imagen del asesino.
Pero me voy y quedan vacíos.
Completamente.
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Negras nubes cargadas de días lluviosos cantan su tristeza silbando al viento. Se congregan sobre la ciudad y conspiran una tormenta mientras los árboles autistas se balancean al ritmo hipnótico del blues y aprietan sus raíces contra la tierra.
Es tiempo de conseguir un paragüas y un hacha.
Para enseñarles que no siempre pueden hacer lo que quieren.
O por diversión.
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Me vendieron un hacha para talar nubes y un libro en el que encerrar melodías. Y la vida, tan corta como el estornudo de una hormiga, empezó a sonreír con dientes de oro.
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Ayer miré por mi ventana y vi un muro.
Ayer escalé un muro y encontré a Dios.
Ayer conversé con Dios y le reproché sus fallos.
Ayer Dios reinició el equipo e instaló el Apocalipsis.
Pero eso fue ayer.
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La noche sonrió llena de sexo y placeres antes de recostarse sobre los hombros de la cuidad exhausta.
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Números escritos al azar era tu vida sobre el papel. Ahora que todo ha ardido estás en el aire.
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Obsesionada con el calor de la ducha helada caíste sobre un estruendo de guitarras.
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