martes, 9 de noviembre de 2010

Nada jamás ha funcionado como deseaba, pensó mi cerebro hace unas horas mientras el cielo se derrumbaba a cascotes de agua.
Un té caliente en la mano hervía dentro de mi cuerpo. Dejé la taza vacía sobre una mesa llena de cosas. Se alejó flotando a la deriva sobre un mar de papeles.
Debajo de aquella pila de ideas impresas y garabateadas, de aquella masa cerebral sobre folios deteriorados por la vejez, sentía la vibración de mi antigua Olivetti. Una máquina de escribir que parecía estar rota, pues no me hacía escribir.
Cuando el nivel del mar bajaba, a veces llegaba a teclear, pero nada más.
Nada ha brotado de mis dedos desde aquella uña torcida que corté el otro día.
En la panadería, la chica me ha devuelto el cambio mal. Pero no sé si me ha dado de más o de menos. Sus ojos son azules. Las monedas que me dió eran amarillas y rojas: céntimos apilados en la palma de una mano.
El periódico ha resultado un desastre periódico: todos los días trae malas noticias y amarga mi café hasta que ya no puedo pedir más sobrecitos de azúcar.
Pienso en aquella chica que dejé hace tiempo (abstracto) sobre un colchón caliente. Parecen haber pasado años, pero subo al ascensor y la tenue luz, eterno anochecer fluorescente, trae el momento al presente.
La puerta de casa ya no chirría. Ahora aguarda con expectación a que haga algo.
No creo que le sorprenda que me limpie los pies.
Entro en casa y dejo mis palabras fuera. Mientras me empiezo a desnudar, la puerta se va cerrando tras de mí.
Mi espalda desnuda se ve todavía por la rendija hasta que...
(paf)

1 comentario:

Anónimo dijo...

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